viernes, 18 de octubre de 2013

Lo que pasa cuando "no pasa nada"

Para volverte sabio debes aprender a escuchar a los perros salvajes que ladran en tu sótano
Nietzsche

Si algo odiaba de pequeña, y todavía lo hago, es la actitud "como si nada" cuando ocurrían cosas importantes que herían, dañaban o afectaban de algún modo las emociones de los demás. De todas las cosas mal enseñadas, que actualmente parece desembocar en una corriente de positivismo muy demandada, se encuentra el optimismo, la actitud alegre ante cualquier acontecimiento y el sobreponerse lo antes posible a lo que nos tira de bruces al suelo. Y claro, entre el bombardeo continuo de este discurso y el terror que nos produce pensar en caer en dramatismos, al final caminamos por la vida perdidos en un huracán de caos interno al que difícilmente sabemos poner orden y ante el que decidimos salir corriendo. Donde sea.

La alegría debería venir de serie en toda cadena genética. La defiendo como hacía Benedetti y soy la primera en reivindicar las sonrisas y el disfrute de las pequeñas cosas. Pero me parece que estamos un poco confundidos con esta idea prestigiosa de que tenemos que ser positivos y que cuando vienen dificultades "no pasa nada".

Pasa. A veces, pasa mucho y es difícil crecer y recorrer el camino cuando nadie nos enseñó como hacerlo o todo nos lo explicaron mal. No vale negar el dolor cuando aparece y buscar evasiones que nos seden y hagan cerrar fuerte los ojos para que sea como si nada, porque la felicidad consiste en estar siempre alegres. Qué mal explicado todo porque cada emoción existe y resulta absurdo mirar para otro lado o taparse los oídos. Entonces se hace más grande, porque las emociones lo que buscan es que las mires y las reconozcas para abrazarlas y dejarlas ir. Con la tristeza, el dolor, la pena, la angustia... también. Y es lo justo para todos. 

Dejarse sentir es ser desde el ser y no desde el personaje de plástico que inventaron para nosotros. Sufrir es otra cosa, quedarse atrapado, revolcarse y alimentar el dolor es otra cosa más parecida a una desesperada llamada de atención o una patología. No se trata de sufrir, sino de vivir el proceso lógico de lo doloroso cuando este llega. Porque así las piezas se recolocan y cada emoción se ubica donde le corresponde completando un maravilloso paisaje interior lleno de matices.

Por eso, es tan importane mirar lo que se mueve por dentro. Por eso, es imprescindible valorar las consecuencias y vivir desde la coherencia porque cuando las cosas ocurren no es como si nada. Qué bueno tomar decisiones y responsabilizarse de las consecuencias para que cuando lleguen sepamos gestionarlas, mirarlas, respetarlas y darle su espacio como merecen. Qué bueno ser libre y elegir con todas las consecuencias, más allá de lo que las emociones simples nos dictan con su "me gusta", "no me gusta", "me apetece", "no me apetece". Vivir así es lo más cómodo y nos convierte en uno más del rebaño humano que camina por las avenidas guiado por la inercia. Son las emociones complejas las que nos retan a ser un poquito más sabios y nos acercan  a reconocer quiénes somos y a vivir más plenamente la vida, desde lo auténtico y real. Tomamos entonces de la mano la libertad y nuestra mirada se vuelve transparente y sincera para mirar sin miedo los ojos del otro. Quizás ser sabio sea un poco eso, mirar esos perros salvajes que menciona Nietzche y sentarnos serenos a su lado hasta conseguir acariciarlos.




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